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Bombazos: el terrorismo no es un resfrío, sino que una enfermedad grave

Por Lily Pérez, senadora por la región de Valparaíso

26 de septiembre de 2014

Imagen foto_00000038Lo particular que tienen actos terroristas como el que sucedió en el metro Escuela Militar, es que desde el segundo que el hecho es conocido públicamente, todos nos transformamos en víctimas. Si bien, no todos sufrimos la amputación de un dedo como Marta Fernández, quien tuvo la mala suerte y la desgracia de ser la afectada más cercana de este cobarde ataque, cada uno de nosotros somos víctimas del fin principal del terrorismo, generar miedo y temor entre las personas. 

 

Si bien, atentados como el del 8 de septiembre no son comunes en nuestro país, lamentablemente la violencia (cualidad intrínseca del terrorismo) si lo es.  Esto lo tiene claro quién es dueño de un kiosko o local en la Alameda y debe enfrentar a encapuchados varias veces al mes. Lo sabe quién intenta ir con su familia al estadio a ver a su equipo de futbol. Lo viven a diario periodistas como Fernando Sánchez, periodista de Chilevisión que mientras cumplía con su trabajo fue rociado con bencina durante una marcha en conmemoración del 11 de septiembre. Lo sufren los vecinos de Villa Francia durante el día del joven combatiente y ahora probablemente lo experimentarán durante un tiempo los millones de usuarios del metro.

 

Nuestro país hasta ahora ha sido incapaz de enfrentar con real autoridad el problema de la violencia. Fue sólo durante el gobierno del presidente Piñera, quien junto al ex ministro Rodrigo Hinzpeter hicieron un intento real por fortalecer la legislación y a las instituciones correspondientes para poder abordar temas como el terrorismo, pero no lograron más que críticas, burlas y ataques por gran parte de la clase política, la cual incluso con gran soberbia llegó a asegurar que “en Chile no existe terrorismo”, presentando en consecuencia, un proyecto que proponía eliminar la ley antiterrorista. 

 

Lamentablemente el problema está y ha llegado para quedarse. El terrorismo no es un resfrío, sino que una enfermedad grave que si no se le enfrenta de manera adecuada se puede enquistar en lo más profundo de la sociedad determinando su futuro por un largo tiempo.

 

En momentos como estos la firmeza no es una opción y la unidad es una obligación. Si nos dejamos amedrentar por un grupo de cobardes que son capaces de poner una bomba en un restaurant, o nos dividimos por quienes buscan hacer que todos los chilenos y chilenas se levanten en la mañana con miedo, no tenemos mucho que hacer en política. Debemos enfrentar el problema con decisión, fuerza e inteligencia. Ya vimos lo que pasa cuando se relajan las leyes, cuando se desprotege a carabineros o no se faculta a las agencias de inteligencia con las atribuciones necesarias para garantizar la tranquilidad de quienes quieren vivir en paz.

 

No debemos, jamás, perder la capacidad de asombro. El día que lo hagamos, será el día que como sociedad firmemos nuestra derrota. No podemos dejar que actos terroristas sean parte de nuestro paisaje ni menos de nuestra realidad. No podemos sucumbir frente a la cobardía y locura de unos pocos que motivados por consignas agotadas quieren desde el anonimato promover sus propios intereses. Frente a hechos como este, nuestra señal como sociedad política y civil debe ser clara. No nos dejaremos asustar, no nos dividiremos y no vacilaremos en mejorar la ley y aplicar todo su peso a quienes crean que pueden atemorizarnos.

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