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  El dilema de la desigualdad es la tarea central del desarrollo humano

  Por Camilo Escalona, Presidente del Senado

9 de noviembre de 2012

Hace pocos días, la Gran Logia de Chile ha entregado una Carta Abierta a Chile, mirando con profundidad y, a la vez, preocupación el curso de la situación actual en nuestro país, constatando que de manera paralela al "salto social y económico" de los últimos años "prevalece una protesta que se ha venido generalizando"; según la misiva, tales circunstancias podrían "encaminarse" en una dirección inconveniente, ya que aunque se señala no estamos en medio de una crisis política ni institucional, se hace necesario "asegurar la estabilidad social" y "encauzar la insatisfacción", "comprometiendo adecuadas reformas".

 

Hay, además, una crítica muy severa al "decaimiento de la política", reclamando "un nuevo estilo de conducción que pueda avanzar con unidad, sin descalificaciones, sin violencia y sin temores".

 

Comparto en sus aspectos medulares tales reflexiones que, coinciden, en su esencia -en mi opinión- con los puntos de vista entregados al país en la Carta Pastoral de la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica.

 

Se registra en la ciudadanía un clarísimo cansancio hacia malas prácticas presentes de la actividad política, expresadas en el intervencionismo electoral de altos cargos públicos; en la pésima costumbre de prometer sin la voluntad de cumplir; de conductas demagógicas y populistas que provocan enormes expectativas que, luego, se ven  defraudadas; al exacerbado personalismo de discursos autocomplacientes y se ha extendido la búsqueda del exclusivo beneficio individual, abandonando el sentido social y de bien común que debiese guiar la acción política.

 

Sin embargo, estamos ante un desafío no sólo radicado en las formas políticas, sino que hay un verdadero dilema civilizacional para Chile. Se trata de una encrucijada ineludible, es el tema de la desigualdad.

 

Con las enormes distancias que separan a unos de otros de nuestros compatriotas, inevitablemente se afecta la estabilidad de la vida nacional. Ello es así, porque lo ocurrido en la convivencia cotidiana es que ya no sólo se registra una diferencia insalvable entre fortunas de dimensiones ilimitadas con la pobreza y la escasez en que viven numerosos grupos familiares. Ello ha traspasado las barreras tradicionales entre ricos y pobres y se manifiesta en la ausencia de movilidad social que condena a un horizonte de menoscabo y sometimiento a una franja significativa de nuestra sociedad. La privatización de los servicios públicos, especialmente, del sistema de enseñanza ha fracasado en asegurar el crecimiento en la escala social de los sectores de menores ingresos. Por el contrario, han sembrado injusticia y desigualdad. En sectores populares, condenados a una subordinación por generaciones, se extiende el lumpen, la delincuencia, el alcoholismo, la drogadicción, la pérdidas de la dignidad de cada cual.

 

Por ello, luego de leer con atención la Carta Abierta de la Gran Logia de Chile, reitero con el más pleno convencimiento que el dilema de la desigualdad es la tarea central del desarrollo humano del Chile de las próximas décadas.

 

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