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  Es hora de sincerar intenciones

  Por Guido Girardi, Presidente del Senado

16 de diciembre de 2011

En estos últimos días se ha hecho más palpable aún la diferencia entre el discurso público y la práctica oculta de este gobierno en materia de salud. Hay una crisis grave, que consiste básicamente en dos cosas.

 

Primero, faltan camas en los hospitales públicos. En camas básicas, hay dos por cada cien habitantes, cuando lo que existe en países desarrollados es 16 por cada cien habitantes; y tampoco alcanzamos las cuotas mínimas razonables en camas UCI y UTI.

 

Y segundo, faltan médicos especialistas. De este modo, cuando un paciente llega a una posta, lo derivan al hospital, porque no tienen especialistas; y el hospital, como no tiene camas, lo deriva al sistema privado.

 

Flor de negocio: fondos públicos que rendirían mucho más si fueran invertidos en más camas y en contratos a especialistas, terminan como parte de las utilidades de clínicas privadas, que no cesan de ampliar sus instalaciones en vista del flujo creciente de pacientes provenientes del sistema público.

 

Ahí radica la disparidad principal entre las declaraciones grandilocuentes sobre el mejoramiento de la rapidez y la cobertura del AUGE, frente a la práctica de resolver esos problemas a través del masivo traspaso de fondos públicos al sistema privado.

 

Cuando un hospital colapsa por falta de camas, es evidente que la solución lógica es invertir para aumentar las camas, y no contratar las camas caras que tiene el elegante vecino de al lado.

 

El subsecretario de redes asistenciales no ha sido capaz de resolver un problema estructural que con este gobierno sólo se ha acentuado y profundizado. Y cuando el director de un hospital público, director nombrado por el Presidente Piñera, se atreve a hablar y a decir, con todas sus letras, sin eufemismos, sin maquillar la realidad, que el sistema público está colapsado, lo despiden a él y no a su jefe, el que ha demostrado su ineficiencia e incapacidad para enfrentar racionalmente la crisis de la salud.

 

Ese mismo director, en marzo pasado, evitó derivar tres pacientes graves al sistema privado, ahorró 400 millones de pesos y con ese dinero construyó 40 camas para el sistema público. Eso sí que es buena gestión, de la que un gobierno que tanto alardea de poseerla debiera destacar; pero no lo hace, porque su estrategia oculta es otra: debilitar al sistema público para que parezca lógico traspasar fondos a los privados.

 

Es hora de que esto termine. Es hora de que el funcionario ineficiente renuncie. Es hora de que el gobierno sincere sus intenciones.

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