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I Congreso del Futuro: Ciencia, Tecnología, Humanidades y Ciudadanía

30 noviembre, 1, 2 y 3 de Diciembre, 2011. Edificio Congreso Nacional en Santiago de Chile

14 de enero de 2013


Comisión de Futuro del Senado de la República

www.senado.cl

@congresofuturo

@comisionfuturo

 

 

El Bicentenario del Congreso Nacional de Chile fue la oportunidad para hacer una pausa y reflexionar sobre el futuro. Para ello, el Poder Legislativo organizó una conferencia internacional de alto nivel con lo mejor de las ciencias y el humanismo de avanzada. Convocó a Premios Nobel en ciencias, astrofísicos, filósofos, matemáticos e ingenieros, entre otras especialidades. La ciencia y la tecnología serán el motor del desarrollo en los próximos años, al igual que lo fue la sociedad del petróleo en el siglo XX.

 

La invitación es a preguntarse cómo influirán en nuestra sociedad la biotecnología, la nanotecnología, la astrofísica; qué ética conducirá nuestras decisiones, qué hechos relevantes irán quedando para la interpretación de los historiadores y qué preguntas se hará la filosofía.

 

 

I. Introducción.

 

En 2011, cuando el Senado estaba presidido por Guido Girardi y la Cámara de Diputados por Patricio Melero, decidimos poner en marcha una iniciativa destinada a situar en la reflexión pública temas cruciales para el futuro de Chile y de la humanidad. Veíamos una grave separación entre los avances de la investigación científica y tecnológica, las instancias destinadas a tomar decisiones legislativas y de gobierno y la opinión pública.

 

Pensábamos que tal situación no era sostenible en el tiempo. Cuando los progresos de la ciencia pueden producir cambios decisivos en nuestra vida cotidiana, sea para bien o para mal, y cuando el modelamiento del futuro quedaba entregado sólo a quienes llevan a cabo la investigación científica, algo anda mal. En consecuencia no podíamos quedarnos fuera de debates y de procesos de toma de decisiones que involucran aspectos centrales para nuestra convivencia y nuestra manera de abordar la construcción de una sociedad más democrática y participativa. Cuando es posible crear vida en laboratorios, ¿puede una sociedad mirar pasivamente esos avances? Cuando se realizan progresos decisivos en el conocimiento del genoma humano y la intervención genética afecta lo que comemos y el modo en que se desarrolla la industria agroalimentaria, ¿no tenemos nada que decir y decidir? Cuando la investigación astronómica, que es tan importante para Chile, extiende las fronteras del universo conocido y permite trazar cada vez con más precisión la historia de la formación de galaxias, estrellas y planetas, ¿podemos quedarnos indiferentes y conformarnos con espectaculares fotografías del universo profundo? En fin, cuando percibimos que nuestra manera de apropiarnos de los bienes de la tierra está produciendo efectos que amenazan la continuidad de la especie humana sobre el planeta, no cabe duda de que se trata de asuntos que nos conciernen a todos y que debemos asumirlos de manera conjunta.

 

Por eso propusimos la celebración de un Congreso de Futuro que abordara los temas más importantes para nuestro porvenir. Para ello invitamos a connotados científicos extranjeros y nacionales; convocamos a organizaciones ciudadanas, y llamamos a la participación activa de nuestros senadores y diputados. Y la realización de este evento efectivamente logró una amplia convocatoria en torno a los temas que allí se plantearon.

 

Logramos también que este trabajo tuviera la necesaria continuidad a través de la Comisión de Futuro, instancia parlamentaria que prolonga la discusión y el análisis. Otros científicos han venido a debatir con nosotros. Todo ello ha generado una importante cantidad de material de estudio que ahora, mediante estos Cuadernos de Futuro, queremos difundir. Las publicaciones  serán repartidas en centros de investigación científica, en universidades y en organizaciones ciudadanas. Nuestro propósito es abrir aún más el debate y convocar a un nuevo encuentro donde la agenda temática sea decidida por la ciudadanía. Toda esta documentación estará disponible en un sitio web, a fin de multiplicar el acceso a ella y permitir que toda persona interesada pueda acceder al conocimiento y participar en la discusión.

 

 Este primer Cuaderno de Futuro incluye las intervenciones que abrieron el Congreso de Futuro. Las entregamos en primer lugar porque explicitan de manera más amplia los objetivos y los temas que abordamos y que seguiremos profundizando. Creemos que la política no se agota, no puede agotarse ni en la discusión legislativa ni en los asuntos partidarios o en las decisiones gubernamentales. Creemos que su propósito más noble y amplio es precisamente contribuir a la construcción de un futuro más consciente, sobre la base de conocimientos que hagan que la toma de decisiones no sea el mero eco de lo que otros han decidido antes, sino el reflejo claro y nítido del mundo que efectivamente queremos construir, con más libertad, más equidad y más responsabilidad por todos nosotros y por las generaciones que vendrán.

 

Senador Guido Girardi.

Senador Carlos Cantero.

 

Inauguración del I Congreso del Futuro

 

- Apertura exposición de arte cinético y premiación a la artista Matilde Pérez.

- Ceremonia de inauguración Congreso del Futuro.

- Discurso inaugural: Presidente de la Cámara de Diputados, Patricio Melero.

- Homenaje de Daniel Platovsky, en representación del Instituto de Estudios Complejos de Valparaíso (ISCV), al destacado científico chileno Francisco Varela.

 

-  Discurso inaugural: Presidente del Senado, Guido Girardi.

 

- Intervención del Presidente de la República, Sebastián Piñera.

 

- Concierto Conservatorio de Música Universidad Mayor.

 

 

II Ceremonia inaugural

 

1. Intervención de Patricio Melero, Presidente de la Cámara de Diputados

 

Quiero partir por agradecer la respuesta a la invitación que hemos formulado para la inauguración de este Congreso del Futuro.

 

Y saludar y agradecer la presencia de Su Excelencia el Presidente de la República, don Sebastián Piñera; del señor Presidente del Senado, don Guido Girardi; del señor Ministro de Energía y ex Presidente de la Cámara de Diputados, don Rodrigo Álvarez; de los señores representantes del Cuerpo Diplomático; del Vicepresidente del Senado, don Juan Pablo Letelier, y del senador Carlos Cantero.

 

También quisiera saludar a los señores ministros, subsecretarios, señores conferencistas internacionales, señores representantes de Conicyt, señores científicos del Comité Organizador, señores representantes del Instituto de Sistemas Complejos, señores miembros de la familia Varela, autoridades invitadas, señoras y señores embajadores.

 

Señoras y señores:

 

Al inicio de este año en que celebramos el Bicentenario de nuestro Congreso Nacional, junto con el presidente del Senado, don Guido Girardi, nos propusimos organizar tres grandes encuentros, tres grandes seminarios que permitieran acercar los nuevos desafíos de la sociedad a nuestras corporaciones, a nuestra Cámara de Diputados, a nuestro Senado, al Congreso Nacional.

 

Es así como en julio organizamos un seminario sobre los Desafíos de un Desarrollo Integral, que fue inaugurado por el ex Presidente del Brasil don Lula da Silva. En octubre pasado realizamos lo propio frente a una nueva pandemia que hoy día ataca a las personas en todo el mundo, como fue el Congreso sobre la Obesidad, y hoy estamos dando inicio al último seminario, que es el Congreso del Futuro.

 

En primer lugar quiero invitarlos a tener en consideración durante estos dos días en que sesionaremos algunas cuestiones inherentes al debate científico desde mi perspectiva, enfocada en una sociedad verdaderamente humanista.

 

La historia del mundo ha estado marcada por la curiosidad del hombre sobre el origen de los fenómenos de la naturaleza y el estudio de formas de buscar e interpretar sus causas, y en cierta forma modelar su desarrollo.

 

La ciencia, el conocimiento y la experimentación han permitido la consecución de técnicas que han ido en directo beneficio  -qué duda cabe- del ser humano, mejorando nuestra calidad de vida en sentidos muchas veces inimaginables.

 

Gracias a la investigación científica y su desarrollo exponencial, se han dado grandes saltos en la Humanidad, especialmente en los últimos 60 años, quizás muchos más de los que se dieron en todos los siglos anteriores, lo que ha significado enfrentar vertiginosamente interrogantes nuevas desde lo social, pero también desde lo jurídico y de lo legislativo.

 

¿Cuáles son los límites -si es que los hay- para la ciencia? ¿Pueden estas, particularmente respecto de la actividad humana, avanzar divorciadas de la esencia del hombre, de sus fines, del bien común en su esfera material y espiritual? ¿Entiende, por último, la comunidad científica que nuestra naturaleza es de suyo trascendente?

 

Como toda actividad humana, la ciencia no solo se rige por los límites del conocimiento sino también por los valores y por la moral que pretende poner a la persona en el centro del desarrollo y la ley. Por lo tanto se debe garantizar una evolución armónica entre la ciencia y la persona, pues cuando se rompe esta necesaria vinculación es justamente el ser humano quien corre el riesgo de quedar al arbitrio de la determinación de unos pocos sobre aspectos fundamentales de la vida como son, por ejemplo, qué es lo verdadero y qué es lo falso, qué es lo bueno y qué es lo malo. Y de ello la historia mucho nos ha enseñado.

 

Pueden así, entonces, muchas veces también -y ha ocurrido- generarse consecuencias desastrosas.

 

La bomba atómica, la experimentación en seres humanos vulnerables y carentes de toda libertad, la transformación de lo observable a lo manipulable genéticamente y la desproporción entre los beneficios y los riesgos que entraña el progreso científico para el hombre, demuestran que la absoluta autonomía de la investigación no otorga necesariamente las herramientas fundamentales para la conservación y el mejoramiento de la vida, pudiendo incluso tornarse, a veces, en contra de los propios seres humanos.

 

Ninguna sociedad, desde mi punto de vista, por muy desarrollada que sea, puede dejar exclusivamente en manos de los científicos el equilibrio de los derechos del ser humano por la necesidad de avanzar.

 

Esa es la tarea del Derecho. Esa es, muchas veces, la tarea de los legisladores y de los Parlamentos, cuya función es justamente encauzar todas las actividades del hombre y del ser como instrumento del desarrollo y del progreso.

 

Es imprescindible, por lo tanto, poder reconocer y enfrentar el desafío actual que nos plantea a nosotros como legisladores, para ordenar y regular con visión de futuro -¡para eso los hemos convocado e invitado!-, la sociedad del conocimiento y de la información, y las infinitas posibilidades de transformación que supone para el mundo el irrefrenable progreso de la ciencia.

 

La destreza de los legisladores, de los operadores jurídicos, para alcanzar una comprensión operativa de materias científico-tecnológicas, muchas veces no avanza a la misma velocidad que la innovación científica y tecnológica, cuyos requerimientos de regulación se van amontonando en diversas oportunidades de la mano de decisiones políticas que no siempre descartan lo conveniente por causa de lo justo.

 

Esta tarea recae particularmente entre quienes tenemos el encargo de los ciudadanos para legislar con un horizonte de significado enfocado en ellos mismos y en principios éticos básicos que aseguren su propio beneficio y que garanticen su dignidad desde la inmensa riqueza del alma.

 

Es en esos principios y en la justicia que debemos buscar la solución para los nuevos y complejos escenarios que van presentado el progreso científico y tecnológico.  

 

Notables motivaciones pueden desvirtuarse y terminar en maquiavélicos experimentos, con trágicos efectos, si no se privilegia al hombre y a su naturaleza y a los derechos naturales que emanan de ella.

 

Cuando asumí la Presidencia de la Cámara de Diputados, en marzo pasado, me comprometí a rescatar a las personas y a su posicionamiento en el centro de la actividad parlamentaria; a enfocarnos no solamente en lo material, sino también en lo espiritual, en lo valórico, en lo ético, en lo moral, y a poner todos nuestros esfuerzos al servicio de las personas  y de los valores y principios que las engrandecen.

 

Sin embargo, también me comprometí a colaborar para que nuestro país alcance su más pleno desarrollo, lo que implica, por cierto, hacernos cargo de manera eficaz de los avances de la ciencia y la tecnología y los profundos cambios sociales y culturales que conllevan.

 

Tengo la convicción más absoluta de que un Parlamento que no mira la ciencia y la tecnología con sentido de futuro corre el riesgo de tomar decisiones a ciegas o de tropezar con inconvenientes que después cuesten mucho superar.

 

Asimismo tengo el convencimiento de que la ley debe estar a la altura de esos avances, ya sea para su fomento, como ha sido, por ejemplo, la regulación de la donación de órganos para fines de trasplantes, o para contenerlos, como se ha hecho con la regulación de los transgénicos o con la normalización del uso de la instalación de antenas celulares o, incluso, con la protección de la biodiversidad.

 

El presente, y sobre todo el futuro, obligan a que las conclusiones científicas avancen de la mano de una normativa fiel en los principios de la sociedad.

 

Lo que sucede cuando no se prevé que las posibles falencias o la precariedad de normas incompletas o inoportunas no logran darle a la ciencia y a la tecnología un cauce institucional suficiente, y por otra parte, el asegurar que primen los intereses generales por sobre los particulares a la misma velocidad con que avanza el desarrollo científico y tecnológico es que las leyes se transforman, a veces, en un obstáculo y no en un facilitador de la ciencia y la tecnología.

 

Uno de nuestros roles como parlamentarios, como legisladores, es orientar el comportamiento humano por medio de leyes justas que miren al ser humano desde el momento de su concepción hasta el término natural de su vida y como el objeto y fin de la investigación científica y el desarrollo de nuevas tecnologías.

 

La biogenética, la ingeniería genética, las ciencias del ambiente,  la ecología y todas las innumerables aplicaciones que permiten o permitirán los métodos creados o desarrollados por el hombre y su permanente curiosidad no deben menospreciar su naturaleza. No debe primar la soberbia del que quiere manipular la vida por sobre la vida misma.

 

Al terminar estas palabras, no me queda más que agradecer la presencia aquí del señor Presidente de la República, la que sin duda le da el realce y la importancia que su Gobierno le ha brindado al desarrollo de la ciencia y la tecnología.

 

Esperando que el debate que se genere durante estos días en este Congreso sea fructífero y que se dé el espacio para que las ciencias, a través de las exposiciones de científicos de primerísimo nivel, de los ámbitos internacional y nacional que hoy día nos acompañan, den el espacio para que las leyes y la ética también dialoguen de un modo efectivo y se permita, por tanto, mirar hacia el futuro no sólo como científicos, sino como seres humanos respetuosos y promotores del bien común, de la integridad de la persona en todas las etapas de su vida y de la justicia que debe imperar en todas y en cada una de las actividades del hombre.

 

Muy bienvenidos.

 

Muchas gracias.

 

2. Homenaje de Daniel Platovsky, en representación del Instituto de Estudios Complejos de Valparaíso (ISCV), al destacado científico chileno Francisco Varela.

 

Excelentísimo señor Presidente de la República, don Sebastián Piñera Echenique; excelentísimo señor Presidente del Senado, don Guido Girardi Lavín; excelentísimo señor Presidente de la Cámara de Diputados, don Patricio Melero Abaroa; señores Ministros de Estado; señores Embajadores del Cuerpo Diplomático acreditado en Chile; señores subsecretarios; señores parlamentarios; señores rectores de universidades; señores científicos y expositores internacionales del Congreso del Futuro; señora Amy Cohen, viuda de Varela, y familia; señores miembros de la Comisión Científicos Notables; señores integrantes del Instituto de Sistemas Complejos de Valparaíso; invitados especiales; señoras y señores:

 

 

El Instituto de Sistemas Complejos de Valparaíso es una corporación privada sin fines de lucro, fundado hace 10 años en la ciudad más mítica, imaginaria y compleja de nuestro país.

 

El fértil proceso de discusión y diálogo estimulado por el intercambio de culturas y conocimientos ha permitido que las ideas se transformen en avances tecnológicos, humanistas y científicos. Es así que desde sus inicios en el año 2003 el Instituto se orientó a trabajar en complejidad, por ello la sede no podía estar sino en Valparaíso, puerto principal, lugar de diversidad e intercambio, cerros que caen al mar interconectados entre ellos. En suma, en la capital de la diversidad y de la complejidad: patrimonio de la Humanidad.

 

Nuestros fundadores (Eric Goles, Juan Asenjo, Iván Valenzuela y Adrián Palacios) actuaron con motores y esbozaron un espíritu abierto y participativo que fue capaz de atraer a jóvenes estudiantes y a investigadores motivados en distintas áreas del conocimiento donde Adrián Palacios, discípulo y amigo de Francisco Varela, es el nexo entre nuestro Instituto y su legado.

 

En 10 años hemos constituido un espacio interdisciplinario de colaboración en que confluyen neurociencias, matemáticas, economía, filosofía e historia, para abordar desde distintas miradas los fenómenos complejos en las ciencias, en las humanidades y, en definitiva, en nuestra sociedad.

 

La razón vital y fundante del Instituto ha sido y es la universalidad del conocimiento y de la cultura, un espacio abierto a la discusión, al respeto y a la creación colectiva.

 

Es por esta razón que nos resulta natural efectuar un homenaje a un hombre que reflejó una inquietud permanente por los misterios de la vida, la diversidad y amplitud del conocimiento.

 

Francisco Varela García fue un científico y un humanista cuya muerte fue demasiado prematura.

 

Pero, ¿quién fue Francisco Varela? ¿Cuál es la importancia de su obra? ¿Cuál fue su aporte a la investigación para nuestro país?

 

Aquí quisiera hacer una breve reflexión.

 

Nunca conocí a Francisco Varela y me pregunté cómo puedo hablar de alguien que no conozco. Y empecé a investigar acerca de él y su familia. Y me dicen que es hijo de Raúl Varela. Y yo pregunto: ¿Raúl Varela, el constructor? Sí, me dicen. Y ahí vienen las complejidades de la vida. Don Raúl Varela fue socio con mi padre Milán Platovsky en una empresa. En esa condición conocí a don Raúl, un gran caballero, un gran constructor. Ahora creo que conozco un poco a Francisco Varela. Además, don Raúl, quien está aquí presente, hoy cumple 97 años.

 

“Pancho”, como lo llaman sus amigos -hay muchos presentes en esta conmemoración-, publicó cerca de 200 artículos científicos, escribió varios libros y desarrolló su investigación en conjunto con la formación de estudiantes durante más de 30 años. Varela fue, sin lugar a dudas, un explorador intrépido y curioso del fenómeno de la vida en todo su esplendor, según sus propias palabras.

 

Es, precisamente, la universalidad del pensamiento y de la investigación de Varela lo que me convoca a revisar con verdadero interés y admiración su vida. 

 

En nuestra cotidianidad e independiente de cuál sea la tarea que cada uno de nosotros cumple (en mi caso, la de empresario), muchos viven apegados y concentrados en uno o dos parámetros que aparecen monopolizando nuestra visión del mundo. Siempre la economía u otro contenido que termina sesgando nuestra propia mirada y aminorando la riqueza de nuestra capacidad inherente. Varela fue, precisamente, el ejemplo de lo múltiple, lo plural y lo universal que puede ser la vida de hombres y mujeres.

 

Varela estuvo desde siempre interesado en la biología del cosmos. Si bien esto parece a simple vista una meta sin dimensión, la articulación que logró realizar entre diferentes áreas y niveles del conocimiento revela de manera muy profunda y a la vez muy concreta sus postulados sobre esta gran obra que es la vida.

 

En su apasionado búsqueda por entender el origen y significado del fenómeno de la vida, abordó problemas en áreas tan diversas como lo son la biología celular, la neurobiología sensorial, la inmunología, la filosofía, las matemáticas y las ciencias del cerebro. Más aún, ese mismo entusiasmo lo llevó a proponer un puente entre dos miradas para generar un diálogo amplio y fructuoso entre Occidente y Oriente sobre ciencia y budismo.

 

Esto último dio origen a la creación del Instituto de Investigación Mente y Vida y a una serie de encuentros que se mantienen hasta hoy y que son organizados en conjunto al Decimocuarto Dalai Lama.

 

Durante 1968 Francisco Varela viajó a Harvard. Obtuvo, con sólo 24 años, el grado de doctor bajo la dirección de Keith Porter y del Premio Nobel Torsten Wiesel. Para ese entonces se dedicó a estudiar los ojos de los insectos y, notablemente, incursionaría en ideas teóricas como Sobre circuitos de neuronas y procesos de análisis de la información visual.

 

Como fruto de esa época, publicó su libro de 1974 Los ojos de los insectos.

 

En 1970 asumió el cargo de profesor asistente en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, donde contó con la fructífera colaboración de Humberto Maturana. Entre ambos formalizaron el concepto de autopoiesis, como definición de la organización de lo vivo, más allá de sus meros componentes.

 

Un ser vivo, bajo esa perspectiva, es una entidad cuya organización se cierra sobre sí misma, generando para ello sus propios componentes.

 

Estas provocativas ideas fueron explayadas en el influyente libro De máquinas y seres vivos, de 1972.

 

Me cuentan que en 1973 Francisco Varela sintió, con la instalación del gobierno militar, que su visión universal se nublaría y decidió emigrar con su familia, primero a Costa Rica, para luego establecerse en Boulder, Colorado, donde trabajó investigando los sistemas sensoriales de insectos.

 

Durante estos años se vio envuelto profundamente en la práctica de la meditación y la reflexión filosófica, de las cuales se desprenderían algunas de sus ideas centrales sobre la objetividad de la ciencia y la iniciativa de plantearle al Dalai Lama reunir a un grupo de científicos de diversas áreas para establecer un puente de diálogo entre las ciencias cognitivas y la filosofía oriental.

 

Hacia 1975 trabajó sobre el cálculo de autorreferencia y desarrolló algunas de las ideas avanzadas por Spencer Brown en leyes de la forma. Esto último daría origen, como lo relata el matemático Louis Kauffman, a un fructífero diálogo entre ambos, que duraría varios años.

 

En 1980 Varela retornó a Chile concentrando parte importante de su investigación en el estudio de la neurofisiología de la visión de colores en humanos y aves. En esa época surgió su conocido libro, junto a Humberto Maturana, El árbol del conocimiento, de 1985, en el cual proponen una síntesis y nueva mirada a las raíces biológicas de lo humano.

 

Ya para esa época, dentro de los intereses de Francisco, se destacaban el estudio de los fenómenos de autonomía, autorreferencia, autorganización, los autómatas celulares, la inteligencia artificial y la epistemología, todos los cuales formarían parte de la constelación de sus futuros trabajos científicos.

 

En 1986 se estableció en París, en la Universidad de Pierre et Marie Curie, como profesor de ciencias cognitivas y epistemología, donde permaneció hasta el final de su vida.

 

Una de las líneas de su laboratorio era la percepción visual. Francisco sostenía que la percepción se constituye a través de una danza mutua de codeterminación específica entre un organismo y su entorno ecológico. En esta época retomó de manera intensa sus incursiones en inmunología teórica, que había iniciado junto a Nelson Vaz.

 

A inicios de los ‘90 del siglo pasado emprendió trabajos para tratar de entender cómo la sincronía cerebral podría dar cuenta de la comunicación necesaria a la percepción entre diferentes zonas del cerebro. Trasladó su laboratorio a los recintos del hospital de La Salpétrière, donde un complejo equipamiento de mediciones cerebrales le permitió estudiar, en colaboración con matemáticos e ingenieros, la dinámica neuronal de procesos cognitivos complejos mientras estos ocurrían.

 

Quizás uno de los resultados clínicos más notables fue el establecer un procedimiento matemático para la detección anticipada de crisis de epilepsia.

 

La vida de Francisco Varela se vio marcada por eventos trascendentales que lo obligaron a reinventarse de manera continua y volver a nacer entre nuevos y desafiantes escenarios. Sus laboratorios fueron el espacio experimental y teórico donde verificar o rechazar ideas, y sus entusiastas colaboradores formaron una red única de interacciones.

 

De esta vorágine de eventos y situaciones surgió un Varela multifacético que nos ha legado una obra que trasciende y que inspira la búsqueda del conocimiento.

 

En sus propias palabras: “Qué mejor que poder hablar siempre lo trascendente y lo concreto del cielo y de la tierra”.

 

Este homenaje a Francisco Varela en el contexto del Congreso del Futuro, con la presencia de su familia; de las más altas autoridades de nuestro país; de investigadores, pensadores y científicos, es el mejor marco para recordarlo, pues recordar no es sino traer nuevamente al corazón.

 

A diez años de la partida de Pancho Varela, su legado académico, científico, espiritual y humano -es decir, su universalidad- nos impele a abordar el fenómeno de la vida, el fenómeno de nuestras vidas y de la vida de nuestro país, con el compromiso, la dedicación y la pasión que nos provoca un corazón noble como el suyo, que compartió durante su vida con todos quienes lo conocieron y aprendieron de él.

 

Muchas gracias.

 

3. Intervención del Presidente del Senado de la República, Guido Girardi

 

Sean muy bienvenidos todos y todas, especialmente el Presidente Sebastián Piñera (estamos muy contentos de que esté hoy día con nosotros); el Presidente de la Cámara de Diputados, Patricio Melero; los señores ministros de Estado; el Vicepresidente del Senado, Juan Pablo Letelier; los embajadores y embajadoras; los subsecretarios; los parlamentarios que están acá; los rectores de universidades (nos complace mucho que nos acompañen hoy); los científicos expositores; Amy Cohen de Varela; su padre, don Raúl; su familia; los miembros del Instituto de Sistemas Complejos; los invitados especiales.

 

Además, me permitiré saludar a quienes hicieron posible este encuentro.

 

Esto nació porque somos la república de Bello.

 

Andrés Bello fue senador; rector de la Universidad de Chile; un patriota: participó en la emancipación de Venezuela y vino a Chile justamente a traer esa visión de cambio, esa visión anticipatoria, y redactó un Código Civil que -diría- aún está vigente.

 

Esta generación –me incluyo- tiene que plantearse el mismo desafío que Bello y anticiparse, pues él lo hizo en más de 100 años. Y tengo la sensación de que tenemos un desafío equivalente.

 

Este encuentro ha sido posible gracias a que formamos un consejo científico de personalidades de la ciencia, del humanismo, con el cual desde marzo concebimos esta idea o posibilidad de crear un espacio “terapéutico”, como le digo yo, para conversar sobre el futuro.

 

Quiero agradecer a José Miguel Aguilera, director del Conicyt; a Juan Asenjo, Premio Nacional de Biología y presidente de la Academia de Ciencias; a Rodolfo Armas, presidente de la Academia de Medicina; a Ricardo Badilla, director de BioSigma; a Héctor Casanueva, director del Nodo Chile Millenium Proyecto; a José Luis Cea, director del Instituto de Chile; a Eduardo Ergas, presidente de Ecoscience; a Álvaro Fisher, quien nos permitió tener hace un tiempo un gran encuentro sobre evolución y que es presidente de la Fundación Chile; a Humberto Giannini, Premio Nacional de Humanidades; a Servet Martínez, Premio Nacional de Ciencias, quien nos ha colaborado considerablemente desde el Centro de Modelamiento Matemático; a Claudio Reyes, de Flacso; a María Teresa Ruiz, nuestra Cuca, nuestra exploradora del universo, quien también ha sido una pieza clave en este encuentro; a Mauricio Sarrazín, presidente de la Academia de Ingeniería; a Willy Thayer, director del Departamento de Filosofía de la UMCE, y a Gabriel Rodríguez, director de Energía, Ciencia y Tecnología e Innovación del Ministerio de Relaciones Exteriores, y a muchos otros participantes.

 

También quiero darles la bienvenida a nuestros científicos, quienes hacen posible este encuentro: a Michel Brunet, mi amigo descubridor del hombre de Toumai -el bípedo más antiguo conocido- y de Abel. (Toumai tiene 7 millones de años; Abel es 3,5 millones de años más joven). A Catherine Cesarsky; a Carlos Rubbia, Premio Nobel al que nuevamente tenemos acá; a Paul Davies, un gran escritor y astrofísico; a Yuan Tseh Lee, Premio Nobel también; a Jerome Glenn, cofundador y director del Proyecto Millenium; a José Cordeiro, también un gran colaborador del Nodo Millenium Proyect; a Ivar Ekeland, matemático y rector de la Universidad de Paris-Dauphine; a César Hidalgo, un chileno del cual estamos muy contentos de tenerlo acá y que ha sido un destacado profesor del MIT; a Yuji Inoue, ingeniero; a Leena Srivastava, que viene de la India a acompañarnos también en esta discusión; a Avner Friedman, tal vez uno de los matemáticos más relevantes; a Shimon Ullman, procedente de Israel, y justamente uno de los desafíos que tenemos es la inteligencia artificial; y a René Passet, profesor de Economía de la Universidad de la Sorbonne, quien se ha especializado en temas de economía y vida.

 

A todos ellos, bienvenidos; gracias por haber atravesado una buena parte del planeta para estar acá.

 

Yo tenía la idea de hacer un discurso. Pero no lo haré. A cambio quiero hacer algunas reflexiones. Porque creo que oportunidades como esta hay muy pocas.

¿Por qué hacemos este encuentro? Porque tenemos la sensación, y la hemos compartido con Patricio Melero, de que la humanidad está viviendo cambios nunca antes vistos. Incluso uno podría decir que hay una fractura evolutiva entre el siglo XX y el siglo XXI; que no va a haber una continuidad; que casi podría decir que estamos viviendo una metamorfosis.

 

Está emergiendo una nueva sociedad, un nuevo mundo que se refleja en todos los planos.

 

Lo que tal vez estamos viviendo hoy día es asistir a la crisis más profunda de una civilización agotada, una civilización que quizás esté viviendo el agotamiento de un mundo que tiene que ver con un individualismo exacerbado, un individualismo que ha puesto por delante las capacidades propias, las fuerzas individuales; que ha tomado de rehén a la sociedad y que ha promovido un mundo donde lo que se ha priorizado no ha sido al ser humano, la vida, los derechos y el bien común, sino que ha antepuesto sus lógicas rentistas de corto plazo, llevando a la humanidad tal vez a una de las crisis más profundas que hayamos podido soñar.

 

Y es esta crisis que hoy día vemos que tiene una contrarreacción de la sociedad, y por todos los rincones del planeta hay seres humanos que se organizan para construir un mundo más simétrico en materia de una más equitativa distribución del poder económico, político y de los bienes sociales. Y vemos cómo en la actualidad estamos siendo testigos maravillosos -yo me congratulo de poder estar siendo parte de este proceso- de cómo se han derribado dictaduras que jamás pensaríamos que se habrían podido modificar, como el mundo árabe; o estamos viviendo procesos de la emergencia de una ciudadanía en todos los rincones del planeta, que clama por libertad y equidad. Pero lo que hay en este mundo es la voluntad -y yo diría muy importante- de restablecer valores fundamentales y que no sean las lógicas del mercado, las lógicas de lo que llamamos los “jugadores de ruleta financiera” los que gobiernan este planeta.

 

Y eso es muy importante por todo lo que viene. Porque está emergiendo una nueva civilización: una contracivilización que en vez de ser de arriba para abajo, es de abajo para arriba; que en lugar de tener una mentalidad jerarquizada, tiene una mentalidad transversal, tiene una mentalidad en redes. Y esto yo creo que es muy importante, porque esta civilización de la empatía... Y lo quiero ligar con Varela, porque Varela, como Morín, tal vez son de los mayores actores que han profundizado en el pensamiento complejo o en la complejidad. Y tal vez lo que nos ocurre a nosotros, marcados por el siglo XX, es que estamos en una especie de Edad Media. ¿Por qué el siglo XX es un medioevo? Porque es una ruptura con lo que veníamos viviendo del Renacimiento, del Romanticismo. Y en el siglo XX, tal vez como en ningún momento de la historia, tal vez como en la Edad Media, la sociedad humana entró y encalló en visiones absolutamente lineales, visiones cartesianas, que dividieron el mundo, y construyeron instrumentos que no permiten entender la complejidad.

 

Y hoy día lo que está en crisis justamente es esa mirada, esa civilización. Y lo que está emergiendo es precisamente el mundo complejo, el problema de que el pensamiento del siglo XX es lineal y no entiende la complejidad. Y tal vez la mayor reforma que tenemos que hacer es dejar de pensar en forma hacerlo lineal y pasar a hacerlo en forma compleja.

 

Las instituciones del siglo XX son hijas de esa visión, de esa visión secular, esa visión que dividió este mundo que estaba unido, que no entendió los procesos sistémicos, que no entendió que los procesos en redes y complejos no tenían jerarquía. Y lo que está emergiendo hoy día es justamente esta profunda revolución, y que la vemos en todas partes. En Chile también la vemos en este maravilloso movimiento estudiantil -como lo ha calificado el Presidente- que también acá está demandando valores fundamentales, que está demandando igualdad, que está demandando derechos que estén por sobre el legítimo derecho al lucro y el legítimo derecho a hacer negocio de la educación.

 

Pero a mí me parece que esto es lo que está aflorando en este tiempo. Y esto se acompaña, además, de otros fenómenos globales.

 

Estamos asistiendo al fin de una civilización del petróleo. Nosotros somos la civilización del petróleo. Nosotros somos máquinas termodinámicas, y las civilizaciones se entienden desde su lógica energética. Y tenemos que pasar de una civilización de una energía concentrada, autoritaria, que ha construido un mundo jerarquizado con el poder en muy pocas manos, a una sociedad no solamente de una energía más limpia, sino de una energía democrática, una energía distribuida, que permita a las personas cambiar este modelo de sociedad que le oprime.

 

Estamos viviendo, como consecuencia de este modelo energético, tal vez a una de las crisis bióticas más profundas que hemos visto. Y quizá con una cierta incapacidad de comprender, o incluso, yo diría, con un cierto grado de irresponsabilidad, asistiendo a un cierto suicidio colectivo, que es el calentamiento global y cómo están desapareciendo las especies.

 

Hoy día la ciencia señala que estamos teniendo una pérdida de especies equivalente a algunas de las extinciones masivas. Y estamos viviendo un proceso casi igual al que sacudió a los dinosaurios hace 65 millones de años, cuando un asteroide cayó en el Golfo de México. Pero esta vez no es un asteroide: somos nosotros mismos, es nuestra especie humana, que al tener esta visión antropocéntrica, al tener esta mirada y esta visión de sentirse fin último de la evolución, niega el derecho a la vida, niega la ética de la vida y antepone sólo la ética del hombre. Y lo que nosotros tenemos que volver a poner en el mismo sitial, en red, es la ética del hombre con la ética de la vida.

 

Estamos viviendo una multicrisis que yo considero sorprendente, que nos depara tal vez enfrentar un mundo desconocido. El siglo XX fue el mundo de la certeza, y gobernamos la certidumbre; y el siglo XXI va a ser el mundo de la incertidumbre, y vamos a tener que gobernar en la incertidumbre. Y eso significa otros parámetros, otra visión.

 

Creo que los cambios a los que estamos asistiendo no tienen parangón. Superan al descubrimiento de la rueda, de la imprenta. Son mucho más profundos. Yo pienso que estamos asistiendo a una nueva evolución de nosotros como especie. Estamos transitando a un nuevo modo, no solamente de vida, sino que estamos cambiando los parámetros más fundamentales de la vida.

 

Y por eso está este encuentro acá, porque queremos discutir sobre futuro. Queremos que este fututo incierto que viene no quede en manos de los mercados, no quede en manos de los jugadores de las “ruletas financieras”. Queremos que este mundo que viene, que la ciencia, que la tecnología, sean gobernadas por seres humanos con una visión ética, que tengan un sentido de bien común.

 

La ciencia y la tecnología son neutras. De nosotros depende si la ciencia y la tecnología van a ser instrumentos para generar nuevas brechas, para generar nuevas desigualdades y todavía más complejas, o vamos a poder, con esta ciencia y tecnología, devolver o cerrar las brechas heredadas del siglo XX, que son estas profundas desigualdades, donde Chile particularmente ha vivido una experiencia muy dramática, y, al mismo tiempo, democratizar la ciencia y democratizar el conocimiento para que todos podamos ser beneficiarios de este mundo que viene.

 

Por eso nos parece tan importante entender que estamos en una frontera nueva. Se han corrido los límites del pensamiento.

 

A mí me parece asombrosa a veces la pasividad frente a procesos de la ciencia que están a pasos de fabricar la vida artificial.

 

Craig Venter, cuando crea una bacteria artificial y él dice, y a lo mejor lo dice con mucha pertinencia, que si uno puede leer el genoma humano, lo puede escribir y lo puede escribir en un programador, en un computador; y puede crear seres vivos que no son parte de la evolución, que no son parte de la creación, para quienes tienen una visión religiosa... Lo que estamos haciendo es un salto que está traspasando todas las fronteras imaginables por los seres humanos.

 

Y a mí me parece que ese es un tema de decisión. No puede ser que la respuesta sea que los que descubrieron el teléfono no le preguntaron a nadie y, por lo tanto, una decisión como esa la puede tomar la ciencia por sí misma.

 

Yo creo que eso abre inmensas oportunidades. Porque también este mismo científico, que lamentablemente habíamos invitado y no pudo venir, patentó una bacteria que produce hidrógeno. Está patentando algas que van a ser grandes productoras de etanol y ácidos grasos, justamente para generar biocombustibles. Pero son decisiones en que la humanidad tiene que tener presencia.

 

Invitamos a un científico de Israel porque estamos en la frontera abismante de la inteligencia artificial. Una inteligencia que emerge de la complejidad. También parte de las enseñanzas de Maturana y Varela: la inteligencia de la vida son procesos emergentes de la complejidad.

 

Y estamos en el borde de crear, a lo mejor, inteligencia artificial, que puede que sea más inteligente que nosotros. Yo aspiro que sea más afectuosa, que esa inteligencia artificial sea más solidaria.

 

Pero estamos creando así, como en la vida artificial y en la inteligencia artificial, un mundo que, a lo mejor, nosotros no vamos a controlar. Un mundo que tal vez ya se nos escapó de las manos. Un mundo donde esta especie perdió el control y, a lo mejor, es parte de su evolución. Posiblemente estamos viviendo una coevolución hombre-máquina; es probable que nuestro cerebro ya sea parte de una trama infinita de nodos, de redes, un punto más en una megaestructura de conectividades, de complejidades, de las cuales podrían emerger formas de inteligencia y, a lo mejor, vamos a tener que relacionarnos a futuro con esos procesos.

 

Viene una discusión ética: si el ser humano tiene que hacer todo lo que puede hacer o puede tomar decisiones respecto a este mundo que viene.

 

Muchos de estos temas son fundamentales para nosotros.

 

Estuvimos hace poco en el Centro de Modelamiento Matemático viendo la secuenciación de salmones, fundamental para la economía de Chile. La secuenciación de uva de mesa. Estuvimos viendo cómo se está desarrollando la biotecnología para la biorremediación y para la minería.

 

También son temas importantes, en el entendido de que la economía del siglo XXI va a ser, justamente, la unión de esta biotecnología, nanotecnología informática, de estas redes. El problema es que la sociedad está fuera de este mundo. Y la política es analfabeta y no entiende el mundo que viene.

 

Y de lo que se trata es, justamente, de que podamos incidir y decidir sobre este mundo que viene, porque o si no este mundo que viene va a decidir por nosotros.

 Y esa es la complejidad maravillosa y el desafío que tenemos. Estamos enfrentados a algo que es apasionante, a cambios profundos en lo que va a ser nuestra continuidad evolutiva.

 

¿Por qué todos los centros astronómicos de Chile y del resto del mundo están buscando planetas habitables y planetas con agua? Lo más probable, porque la misión evolutiva de los seres vivos va a continuar, tal vez mucho más pronto de lo que imaginamos, en algún planeta. Y seguramente ese planeta habitable se va a descubrir desde Chile, que es la ventana al universo. Y por eso tenemos una centralidad maravillosa y estamos ahí en una de las fronteras más avanzadas de la ciencia.

 

Yo me congratulo y tenemos que apostar todavía con mucha más fuerza.

 

Pero una vez más estamos frente a un nuevo mundo que se viene sobre nosotros y, tal vez, con poca capacidad de reflexión y de mirar ese mundo que viene.

 

¡Y para qué hablar de la era digital! Lo que está pasando con las redes sociales cambió la cultura. Ninguno de estos grandes movimientos que están floreciendo sería posible si no fuera por esta era digital de las redes sociales. ¿Qué están haciendo las redes sociales? No solamente están permitiendo al ser humano ser un hombre simbiótico y permitiendo esta coevolución hombre-máquina, hombre-red, donde nuestras neuronas están directamente conectadas con estas neuronas artificiales, sino que están permitiendo unir lo que estuvo separado. Hoy día este planeta tiene la posibilidad de ser una sola unidad, una sola patria, justamente porque también hay aspectos positivos de este sistema de redes, que nos mete en redes dentro de redes y somos parte de un mundo común y podemos asociarnos y podemos, justamente, hacer lo que quiere esta civilización nueva que emerge: poner por delante no solamente valores fundamentales, sino también la cooperación por sobre la capacidad propia y el individualismo; tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro, y asumir que este individualismo ha fracturado todo lo que podríamos llamar “solidaridades tradicionales”.

 

Y esta humanidad necesita solidaridades nuevas, necesita nuevas formas de energía. Bueno, Chile tiene el desierto más irradiado del planeta. Hemos hablado con el Presidente de hacer de Chile un centro pionero, de vanguardia, en energías renovables en el planeta. Les hemos pedido a Codelco y a las grandes mineras que se asocien para hacer dos mil megas de energía termosolar en el norte de Chile, porque están pagando carísimo una energía que va a dejar de existir, que va a ser cada vez más incierta, cuando podemos tener certeza de poder ayudar al desarrollo de este país.

 

Por muchas de estas razones yo siento que este encuentro es para no abdicar, para no renunciar al mundo que viene; es para gobernar o tener la posibilidad de conocer, de debatir, de abrir una terapia en nuestras vidas para apasionarnos con los problemas, con los desafíos, con las amenazas de este mundo que viene.

 

Pero este es nuestro mundo y nosotros tenemos que decidir sobre él. No desde la perspectiva antropocéntrica, entendiendo el respeto y la horizontalidad con los otros seres vivos, de lo cual también somos parte.

 

Nosotros no somos seres solitarios. De hecho, tenemos más bacterias en nuestro cuerpo que células propias. Nosotros mismo somos simbiontes bacterianos humanos y, muchas veces, tenemos una muy escasa posibilidad de percibir esto.

 

Quiero terminar mis palabras rindiendo un homenaje a la familia Varela. Creo que Francisco Varela y Humberto Maturana inspiraron a muchos en el mundo entero hacia el pensamiento complejo. Creo que parte de la posibilidad de que emerja, justamente, esta nueva civilización, tiene que ver con los muchos Varela, los muchos Maturana, los muchos Étienne, Morín, que permitieron que este mundo hiciera reflexiones nuevas. El problema que estamos teniendo es que están desapareciendo los grandes intelectuales que eran interfase entre el mundo que venía y la sociedad. Y la tarea nuestra es mucho más profunda. Los congresos hoy día tienen la responsabilidad de democratizar el conocimiento y permitir que los ciudadanos también sean parte de la ciencia Por eso hemos creado el Consejo del Futuro. El Consejo del Futuro es que el Congreso Nacional (la Cámara de Diputados y el Senado) tengan científicos del más alto nivel asesorando permanentemente a nuestro Congreso.

 

Pero no solamente queremos que la ciencia entre al Congreso, sino que la ciudadanía y el Congreso entren a la ciencia.

 

Y tenemos que democratizar la ciencia, porque si la economía y los intelectuales del siglo XXI van a estar ligados a la tecnociencia, es fundamental para una humanidad democrática, para una humanidad equitativa, para una humanidad posible, una humanidad que controlemos y que decidamos en función del bien común. Y de esos parámetros éticos, que este proceso sea posible.

 

Por todo lo anterior quiero darle las gracias a cada uno de ustedes. Por cierto, para construir esta oportunidad queremos repetir este Congreso del Futuro de manera periódica. En lo posible en otros lugares del planeta.

 

Nos hemos asociado ya con la Iniciativa Millenium y hoy queremos asociarnos con parlamentarios de todo el mundo.

 

Pero este es uno de los primeros Congresos del Futuro que hace un Gobierno, porque aquí está el Presidente, está el director de la institución científica de este país, que es José Miguel Aguilera, así como representantes del Senado y de la Cámara de Diputados, rectores y la ciudadanía, que es la manera como creemos que hay que construir este mundo que viene.

 

Muchas gracias.

 

4. Intervención del Presidente de la República, Sebastián Piñera

 

Muy buenas tardes, amigas y amigos de la ciencia y del futuro.

 

Quiero felicitar muy sinceramente al Presidente del Senado y al Presidente de la Cámara por haber tenido una buena idea. Pero mucho más que eso, haber perseverado para transformar la idea en un proyecto y haberse esforzado para llevar ese proyecto a la realidad que es este Seminario sobre la Ciencia, la Tecnología, las Humanidades y el Futuro.

 

Este es un Congreso en el que, sin duda, se van a plantear muchas preguntas, demostrando algo esencial del hombre libre y del amante de la ciencia que es la curiosidad y la capacidad de asombro, pero también esperamos encontrar algunas respuestas a preguntas, inquietudes, problemas que la ciencia está enfrentando y que inquietan las mentes y los espíritus del hombre contemporáneo.

 

Quiero también sumarme a la lista de personas que mencionó el Presidente del Senado, que son nuestros ilustres visitantes y organizadores, quienes han también han hecho posible este trascendente encuentro.  Ellos representan una visión integral de la vida, cada uno desde su propia especialidad: la ingeniería, la astronomía, la paleontología, la matemática, la química, la física y  la astrofísica, por nombrar solamente algunas. Y, por supuesto, agradecer la presencia de tan destacados científicos, entre ellos premios Nobel, que con su participación en este seminario no sólo nos honran, sino que también realzan esta iniciativa.

 

Asimismo dar la bienvenida a tantas personas, porque Chile ha sido conocido desde siempre como un país de poetas y artistas, pero que también tiene una trayectoria importante y valiosa ligada a nuestros científicos y emprendedores.

 

El siglo XX que conocemos y donde todos nosotros nacimos se inició bruscamente el año 1914, cuando el mundo occidental pasó bruscamente de la Belle Époque a la Primera Guerra Mundial, la guerra de las trincheras, la guerra de los 20 millones de muertos, la gran guerra, y siguió después con la revolución de octubre del año 1917.

 

Y así se fue configurando nuestro siglo XX, un siglo en que se enfrentaron visiones distintas del hombre en todos los planos: en el plano de la política, de la economía, de lo social. Daba la impresión que éramos habitantes de planetas distintos y que no veníamos de una misma raíz, porque no nos podíamos poner de acuerdo en nada, solamente en acumular armas, algunos en el Pacto de Varsovia, otros, en el Pacto de la OTAN, capaces de destruir nuestro planeta muchas veces.

 

Pero también fue un siglo de grandes contrastes en lo que se refiere a las ciencias, porque fue un siglo en que se dio el más importante progreso tecnológico y científico en la historia de la humanidad: descubrimos los secretos del átomo, llegamos a la Luna, llegamos a las profundidades del mar, entendimos mejor el origen del universo, aprendimos a descifrar el ADN de la especie humana, y desarrollamos tantos inventos, tantos descubrimientos como la electricidad, la computación, Internet, que revolucionaron nuestras vidas. Hubo enormes avances en el terreno de la medicina y la biología molecular, que permitieron duplicar la esperanza de vida de la especie humana. 

 

Pero ese mismo siglo XX fue un siglo en que se desarrollaron también las más grandes atrocidades o monstruosidades que el hombre ha sido capaz de inventar. Fue el siglo de las dos guerras mundiales más crueles y más devastadoras; fue el siglo de la creación de las armas de destrucción masiva; fue un siglo en que el hombre depredó el planeta como nunca antes lo había hecho y que provocó fenómenos que hoy día estamos aprendiendo a conocer, y ojalá también aprendamos a controlar, como es el fenómeno del cambio climático, del calentamiento global; el cambio a veces irreversible en los climas, y que nos está afectando a nosotros como país con mucha fuerza; en los regímenes de las lluvias, y en que también los recursos naturales, que creíamos que eran inagotables e infinitos se hicieron escasos y las tierras cultivables, el agua, el aire y la tierra entera comenzó a dar gritos desesperados para alertarnos que íbamos por un camino equivocado.

 

Hace un tiempo leí varias revistas, entre ellas la revista Time, que titularon con una foto del planeta Tierra y decían: “Salvemos el planeta Tierra”. Me pareció pretencioso, porque lo que está en riesgo no es el planeta Tierra. El planeta Tierra ha sido capaz de resistirlo todo: inundaciones, meteoritos, diluvios, épocas glaciales, terremotos, maremotos. Lo que está en riesgo sobre el planeta Tierra esta vez es la vida del hombre en el planeta Tierra. De hecho, 99 de cada 100 especies que alguna vez existieron ya no existen. Y la pregunta es si el ser humano va a ser la excepción o va a seguir con esa línea histórica de aparición y desaparición de especies.

 

Pero hoy día estamos en un siglo nuevo, un siglo que nos llena de esperanza porque hemos empezado a entender que el camino que veníamos siguiendo no es el camino que queremos seguir en el futuro. Y hemos podido comprender también mucho mejor dónde están los problemas y, en consecuencia, empezar a acercarnos a las soluciones.

 

Ya lo mencionó el Presidente del Senado, también se refirió a ello el Presidente de la Cámara, así que no quisiera extenderme en los cambios que están ocurriendo en nuestra sociedad desde una civilización industrial hacia una civilización del conocimiento, de la información, un siglo que nos está planteando nuevos desafíos y también nuevas incógnitas, y un siglo que da la impresión que no está preparado para enfrentar los grandes problemas que hoy día enfrentamos.

 

Hasta hace muy poco tiempo se creía que los gobiernos nacionales eran capaces de resolver los problemas porque los problemas eran de naturaleza nacional. Hoy día los problemas dejaron de ser de naturaleza nacional, saltaron las fronteras, no aceptan bordes, y sin embargo el mundo no está preparado para enfrentar estos nuevos desafíos: el calentamiento global; el cambio climático; el terrorismo, y tantos otros males que requieren una nueva aproximación, porque con los métodos que hemos aplicado hasta ahora estamos perdiendo esas batallas. Y Einstein decía que no hay nada más estúpido que pretender resultados distintos aplicando las mismas acciones.

 

Y por esa razón yo creo que hay un grito que va mucho más allá de la naturaleza, es un grito que nos está llamando muy profundamente a darnos cuenta que tenemos que enfrentar estos nuevos desafíos y estos nuevos problemas de una forma distinta.

 

Por ejemplo, la necesidad de innovar y encontrar nuevas fuentes de energía limpias y renovables; de dar un uso más racional al agua; de enfrentar de una vez por todas fenómenos como el calentamiento global y el cambio climático; de explorar la vida en otros planetas del sistema solar; de seguir avanzando en lo que es la inteligencia artificial; de encontrar una cura definitiva a males que hoy día aparecen como incurables, como es el caso no solamente del sida, Alzhéimer, Parkinson, diabetes, sino que muchos otros males que nos están golpeando.

 

Y en estos y otros desafíos sin duda la ciencia y ustedes, los científicos, tienen una enorme responsabilidad y una enorme contribución por hacer.

 

 Yo sé que hoy día vivimos tiempos en que hay más preguntas que respuestas. No es primera vez que a la humanidad le ocurre esto. En alguna época la tradición judío-cristiana tenía dos grandes pilares: que la Tierra era el centro del universo, que todo giraba en torno de una tierra inmóvil y que el hombre había sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y llegó Galileo, que cuestionó el que la Tierra fuera el centro y que no se moviera. Llegó Darwin y cuestionó el tema de la evolución. Y el mundo entró en una etapa de búsqueda, de búsqueda de nuevas respuestas. Eso fue en los tiempos del Renacimiento.

 

Hoy día estamos en una etapa parecida.

 

Da la impresión de que nuevamente muchos de los pilares, las certezas y las certidumbres se ponen en duda. Y tenemos que agudizar nuestro espíritu de búsqueda, de curiosidad y de alerta para encontrar esas nuevas respuestas.

 

Newton, ese gran físico, teólogo, filósofo, alquimista y tantas otras cosas más, también un gran matemático, que descubrió la teoría de la gravitación universal, decía que para ver qué hay más allá del horizonte necesitábamos subirnos sobre los hombros de gigantes. Esta frase también se le atribuye a Bacon, pero es citada por Newton en uno de sus libros.

 

Y la ciencia moderna parte de esos gigantes, no parte de cero; se construye a partir de todos los avances que hemos hecho. Pero siempre hay que aprender a cuestionar y a no dar por cierto aquello que no podemos comprender, sino que siempre buscar si podemos encontrar mejores respuestas a las mismas preguntas.

 

Y por eso, de los aciertos de esos gigantes, y también de los errores de esos gigantes que nos antecedieron, tenemos que seguir construyendo hacia delante.

 

Porque si algo aprendimos durante el siglo XX es que no podemos desconocer que la ciencia, al igual que toda otra actividad o expresión humanas, como la política, la economía, la cultura, necesitan, para ser verdaderamente fecundas, ser libres y tener un marco ético. La ciencia no es buena ni mala. Es como el bisturí: puede ser utilizado con precisión por un cirujano para extirpar un tumor maligno y puede ser también utilizado con brutalidad por un asesino para degollar a una persona. Y por eso ese marco ético es algo esencial que debe convivir junto con la libertad para que la ciencia pueda ser fecunda y estar al servicio del bien común y al servicio del hombre.

 

Para quienes creemos firmemente en la naturaleza dual del ser humano, compuesta de cuerpo y alma, y en su dignidad intrínseca como copartícipe de la creación, estamos muy claros de que debemos usar nuestros talentos y nuestra inteligencia para colaborar en esta obra inconclusa de la creación. Por lo demás, así está escrito en el primer libro del Antiguo Testamento, el Génesis: “Creced y multiplicaos, dominad la tierra con vuestro trabajo, con vuestra inteligencia”, una invitación a la parte creativa. También hay otra frase en ese mismo Génesis, que es: “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, que nos recuerda la parte dura, dolorosa, sacrificada de la vida.

 

Y por eso yo pienso que incluso para aquellos que no tienen esta concepción que nace de la fe, también estoy convencido de que concluyen que la ciencia y la vida requiere enmarcarse dentro de normas y principios éticos para que pueda realmente desarrollarse en un verdadero ambiente de libertad, desarrollarse en plenitud y, al fin y al cabo, apuntar u orientarse hacia mejorar la calidad de vida y la capacidad de realización personal y la búsqueda de la felicidad, que es algo con lo cual todos los seres humanos nacemos.

 

Y, desde ese punto de vista, nuestro Gobierno se ha fijado metas importantes y ambiciosas en esta materia.

 

Por de pronto, en términos generales, queremos, y lo hemos planteado con mucha fuerza, que Chile sea el primero, ojalá no el único país de esta América Latina -que cumple 200 años de vida independiente-, en dejar atrás el subdesarrollo y en dejar atrás la pobreza.

 

Pero para ello es fundamental contar no solamente con una democracia estable, con una economía libre, que se maneje en forma responsable. Necesitamos, además, construir los nuevos pilares. Y uno de ellos sin duda, es hacer un gran esfuerzo por entender y por utilizar, en el buen sentido de la palabra, la ciencia y la tecnología en beneficio del ser humano.

 

Y en esta materia nos hemos propuesto duplicar nuestra inversión en ciencia y tecnología como porcentaje del producto, que hoy día es poco menos del medio por ciento, a uno por ciento. Y estamos avanzando en esa dirección. Y vamos a ver que el balance de este año muestra que hemos logrado pasos importantes, aun cuando nos queda un largo camino por recorrer para alcanzar esa meta antes del año 2020, como nos lo propusimos.

 

Pero más importante que lo que invertimos en ciencia y tecnología es que tenemos que hacer germinar esa verdadera semilla de la libertad, la curiosidad, la imaginación, la creatividad, que late con fuerza en el corazón de nuestros niños y jóvenes, e impedir que ella sea aplastada, como tantas veces lo ha sido, por los absolutismos, la indolencia, el escepticismo, la apatía, o incluso el mismo fracaso.

 

Quiero terminar estas palabras uniéndome, sumándome al homenaje que ha rendido este Congreso a Francisco Varela, quien sin duda ha sido uno de esos grandes gigantes a los cuales se refería Newton, y que nos permitieron levantar la vista y ver o intentar ver qué hay más allá del horizonte, y cómo desplazar los límites de lo posible.

 

Sin duda que la reseña que hizo mi amigo Daniel Platovsky fue muy completa, muy profunda.

 

Yo tuve, no digo el privilegio de conocerlo personalmente pero sí de asistir, cuando era un estudiante, a varias de sus charlas en la Universidad de Chile sobre temas que entonces aparecían como de ciencia ficción, y hoy día nos damos cuenta que se estaba anticipando a su tiempo, como hacen los genios, como hacen los grandes hombres.

 

En el famoso libro El árbol del conocimiento, que escribió junto a otro gran científico chileno como es Humberto Maturana, él describía la ciencia como el entendimiento que posibilita la convivencia entre los hombres y que ese es el mayor, más urgente y más fascinante desafío que enfrenta la humanidad en el presente.

 

Estoy seguro de que este Congreso del Futuro, que hoy día inauguramos, tal como lo habría querido Francisco Varela, representa una enorme y magnífica oportunidad para crear, compartir conocimiento, y para utilizar ese conocimiento para que Chile sea un país más libre, más próspero, más solidario, en que todos sus hijos puedan desarrollar en plenitud los talentos que Dios nos dio.

 

Muchas gracias.

 

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