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Las cooperativas no son empresas

Por Jaime Quintana Leal, senador por la Región de la Araucanía

4 de octubre de 2013

Imagen foto_00000002En el marco del debate sobre el proyecto de Ley de Cooperativas quiero recordar que en la edición catalana del diario El País de España, el destacado politólogo, intelectual español Joan Subirats elevó la voz para defender la importancia, en medio de la crisis financiera que vive España y la Eurozona, de las asociaciones mutuales y las cooperativas. Son para él la “expresión de coaliciones democráticas que se plantean objetivos básicos de apoyo mutuo, de propiedad común, con sistemas de autogobierno y raíces territoriales profundas”. Yo subrayaría eso: “raíces territoriales profundas”.

 

Subirats no se queda en eso. Agrega además que el cooperativismo, en el estado actual de desarrollo del capitalismo internacional, sigue siendo una alternativa solidaria, no individualista, que, bien administrada, permiten recuperar sobre nuevas bases, políticas de bienestar fundamentadas en las personas.

 

Creemos, tal como lo señala este intelectual español, que ese debiese ser el norte del cooperativismo chileno. Éste debería volver a sus orígenes como movimiento esencialmente ciudadano que surge a mediados del siglo XIX en Europa como reacción y oposición a los excesos del capitalismo salvaje del laissez faire. El cooperativismo verdadero busca a partir de asociación libre y solidaria que el fruto del trabajo de los hombres, cuando es realizado de manera comunitaria, se traduzca en beneficios para ellos y sus familias, y la riqueza así generada no sea apropiada por capitalistas, intermediarios o inversionistas controladores.

 

Ese movimiento filosófico se pierde completamente con una modificación o con un proyecto como el que ha presentado el Gobierno porque en caso alguno aspira a resguardar esos valores del cooperativismo nacional e internacional. Al revés, persigue potenciar un proceso cuya finalidad es hacer de las cooperativas simplemente empresas.

 

Cuando se habla de mejorar el gobierno corporativo, de asegurar la provisión de fondos evitando la distribución de excedentes para solidificar posiciones financieras o, lo que es peor, cuando se permite el ingreso de socios cooperados inversionistas que pueden controlar hasta el 40 por ciento de la cooperativa, o de autorizar constituir sociedades filiales para lucrar con ellas; lo que se está haciendo es terminar de desnaturalizar las cooperativas. Y más aún, facilitar la toma de control del sector cooperativo por parte de grandes actores del mercado financiero.

 

Las cooperativas no pueden ser una opción más de organización de un emprendimiento productivo, comercial o financiero. Las cooperativas deben ser algo distinto. Son entidades donde las relaciones de cooperación entre seres humanos de carne y hueso están por encima de la organización de los medios económicos de la empresa.

El Gobierno equivoca el lenguaje porque ve en las cooperativas empresas. Si el Gobierno quiere más empresas, hay opciones para una construcción jurídica de mayores entidades de este tipo. Pero el cooperativismo es comunidad, territorio, identidad colectiva y democracia interna, pero por sobre todo, es solidaridad y conciencia anticapitalista contra la especulación y el lucro.

 

Bajo la excusa de la modernización, del ‘aggiornamiento’ a los tiempos, vamos a seguir transformando lo poco que queda en Chile de emprendimientos colectivos, cooperativos y sin fines de lucro, en negocios, habilitándolos para competir y disputarse el mercado.

 

Creo que a nivel global, el viento sopla en la dirección completamente distinta y opuesta a este debate. Lo que se viene es el resurgimiento de estas organizaciones pequeñas, de los emprendimientos cooperativos en redes solidarias y no, como pretende este Gobierno, engrosándolo a las filas de un mercado capitalista que ha demostrado su completa ineficacia a la hora de asignar y distribuir riqueza en Chile y el mundo.

                     

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