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No es malo que la política también comience a dar vuelta la mirada

Por Jorge Pizarro, Presidente del Senado

18 de julio de 2013

Imagen foto_00000019Nunca es una buena noticia saber que alguien cae en una grave enfermedad, más aún si esa enfermedad se convierte en un factor invalidante o acaba por consumir los recursos económicos y emocionales de una familia. Lamentablemente, esto ocurre todos los días en la sociedad chilena: en el afán de conseguir una mejor calidad de vida, son muchos los chilenos y chilenas que han sufrido los terribles efectos de las enfermedades del ánimo.

 

Cifras del Ministerio de Salud de hace unos pocos años, mostraban que la prevalencia de síntomas depresivos en la población mayor de 15 años era de 17,2% y que en la población adulta, ese índice mostraba que un 21,67% de personas había tenido un diagnóstico como éste alguna vez en la vida.

 

Ahora hay un gran debate porque este tipo de condición ha afectado a un candidato presidencial y a una figura de alta exposición pública. Sin duda, en lo personal corresponde estar del lado de Pablo Longueira y de su familia, esperando que juntos puedan salir adelante y superar este mal momento.

 

Como ellos, son muchos los que se han visto enfrentados de improviso a condiciones como estas. Los trastornos anímicos no siempre son tomados con el debido peso e incluso, el sistema de salud público y privado, lo considera una excentricidad difícil de “justificar” y por ende, de financiar. Una persona que cae en una depresión profunda, queda virtualmente inhabilitado para trabajar y para llevar su vida con normalidad si no recibe debido tratamiento y ayuda. El núcleo familiar se resiente y muchas veces puede ser el inicio de otras complejas situaciones sociales indeseadas.

 

Conviene entonces sentarse a pensar por qué el sistema de ISAPRES y FONASA prácticamente no bonifica como es debido este tipo de enfermedades. En una sociedad exitista como la nuestra, veremos con mayor frecuencia fenómenos de desadaptación que son propios de sociedades más complejas. Estamos avanzando en desarrollo, en exigencias a las personas, pero no hacemos lo mismo para cuidar el espíritu de los chilenos y chilenas.

 

En buenas cuentas, nos ocupan y nos alegran mucho las cifras de crecimiento y de empleo, pero no sabemos nada acerca de la felicidad. No es malo que la política también comience a dar vuelta la mirada hacia estos aspectos del desarrollo. ¿Son los empleos, las familias, el tiempo libre o el acceso a bienes y servicios, lo suficientemente atractivos para hacer personas más integradas? Ya es hora de pensar en que una de las tareas de la política es trabajar para la felicidad, no sólo para cifras que alimenten índices de inversión. Valdrá la pena.

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