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  Revisión del sistema binominal

  Por Carlos Larraín, senador por la Región de Los Ríos

7 de octubre de 2011

ImagenEl ministro Cristián Larroulet ha confirmado que el Gobierno está empeñado en reestructurar el sistema político chileno. Estamos ante una actitud política que ha tenido altos costos en el pasado: revolución en libertad, revolución de la empanada y el vino tinto, refundación de todos los sistemas hechos por neoliberales en el gobierno militar. En cada caso ha habido resultados a lo menos discutibles y en otros casos palmariamente malos, porque los impulsores suelen ignorar que la realidad se resiste y que la naturaleza no da brincos. Sin embargo, la actitud vuelve a aflorar, aunque ahora podríamos catalogarla como más educada y por eso menos brusca.

Están en curso varias reformas políticas, unas más convenientes que otras, pero que si se suman todas producen un grado de inestabilidad en el cuadro político muy difícil de procesar y poner en operación en un plazo breve, como es el de un gobierno de cuatro años truncado por el terremoto y sus efectos, así como por el aprendizaje que ocurre cuando un grupo se hace cargo de un aparato estatal cuatro veces más grande del que existía hace 20 años.

Se ha insinuado ahora, por algunos funcionarios, la revisión del sistema binominal como último ingrediente de la reforma universal. Al respecto, en Renovación Nacional hemos mantenido siempre una actitud de análisis, pero hemos comprobado una y otra vez lo que muchos expertos de distintos signos políticos han concluido: el sistema binominal potencia la estabilidad, tiene un alto grado de representatividad y produce efectos muy similares a los que produciría un sistema formalmente proporcional, salvo en cuanto los grupos pequeños quedan excluidos, a menos que acepten alguna forma de disciplina como la que pueden imponer las coaliciones políticas.

Se puede citar a muchos expertos, pero me limito a describir algunos de los posibles efectos de la aplicación de un sistema proporcional: a) surgirían pequeños grupos entre los cuales se puede contar una derecha " boutique ", que así lograría alguna influencia mayor que la que hoy tiene, esterilizando de paso a la derecha chilensis con la perplejidad cultural con que su ala liberal en parte se desenvuelve; b) aparecería un partido evangélico impulsado por el deterioro de la vida social y porque quiere que la colectividad proteja una forma de vida buena que no encuentra los apoyos que se merece; c) como consecuencia, ocurrirá la pérdida de varios puntos por los partidos de la Alianza, con el consiguiente debilitamiento institucional; d) por la izquierda surgirían los movimientos anarquistas, que si bien suelen complicarse al momento de organizarse, podrán ante una pluralidad de candidatos votar y ganar varios puntos. El movimiento de Marco Enríquez-Ominami saldría también fortalecido, y el PC conservaría su caudal, considerando el implacable control ideológico que practica.

Intriga que el deseo de tener un nicho propio por parte de algunos actores que vienen desde la derecha y que no son capaces de perfilarse en alguna elección pública o interna sea el primer motor de un error institucional de esta envergadura. Si hay ajustes o mejoras que realizar, podrán sacarse adelante con un análisis compartido en profundidad. Las personas tentadas de gatillar otro "big bang" político, debieran al menos preguntarse por qué este punto de vista es impulsado con gran alegría desde la izquierda extrema.

Viene a cuento el esquema abstracto del Transantiago, que ya cumple más de cuatro años de aplicación con efectos fatales en la vida y el carácter de los santiaguinos. ¿Quién responde? El cuadro político no puede estresarse incorporando simultáneamente tantos factores de efecto desconocido, cuando se apliquen por primera vez y al parecer todos a la vez. La vanidad fundacional no debe mover a un gobierno elegido por la centroderecha, que debe comprender que la realidad se mueve despacio, que las instituciones que funcionan bien deben conservarse y que el cuerpo político simplemente no puede procesar tantos datos nuevos al mismo tiempo. Quienes hoy día ocupan transitoriamente ciertos cargos políticos, deben ponderar el efecto práctico de algunas de sus inclinaciones subjetivas. Mejor para Chile es administrar bien un presupuesto altísimo y definir el equipo que administra el Estado. Esta ya es una tarea gigantesca y prometedora que está en curso.

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