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  Sentido autocrítico en política

  Por Carlos Cantero, senador por la Región de Antofagasta

14 de octubre de 2011

ImagenEncarno un ideal político liberal, democrático, comprometido con un desarrollo de dimensión humana (A. Sen), una centro-derecha anclada en la clase media, que surge fruto de la educación y el trabajo. Durante toda mi carrera política he usado mi posición para superar la confrontación de trincheras, promoviendo el diálogo y los acuerdos que nos den estabilidad y beneficios para las grandes mayorías ciudadanas. Y pretendo seguir por el difícil y, muchas veces, incomprendido camino de la independencia.

En el Senado, atendido el carácter estratégico de mi voto, he perseverado en esa línea ejerciendo una fuerte presión para alcanzar los acuerdos necesarios. Así ocurrió en proyectos como: la ley de divorcio, la elección directa y separada de alcaldes, en el Transantiago, en energías renovables, la regulación al lucro en educación o los recientes acuerdos para avanzar en reformas a la Constitución.

En el escenario actual claramente el gobierno y la mayor parte de los actores políticos se muestran incapaces de leer y decodificar los cambios que emergen y que movilizan a diversos sectores de la ciudadanía que viven el tiempo o la temporalidad de la inmediatez y que reclaman una democracia participativa en reemplazo de la democracia representativa.

La sociedad civil se encuentra al límite de la tolerancia frente a estereotipadas posiciones políticas: la inclinación extremadamente mercadista de los partidos que encarnan el proyecto de derecha;  una Concertación de centro-izquierda que no logra superar el rol obstruccionista, constituyéndose en una oposición desgastada y desorientada, que no sintoniza con el estilo y las urgencias que la sociedad chilena reclama (oposición madura, capaz de articular acuerdos);  la izquierda extraparlamentaria y el PC han optado por la intransigencia, por la violencia solapada, cuando no con violentas movilización en las calles, actuando permisivamente en el atropello al Estado de Derecho y los derechos humanos de aquellos que desean canalizar sus reivindicaciones sociales en forma pacífica o de esos estudiantes que desean retornar a sus clases.

El desprecio de la ciudadanía hacia la clase política se debe precisamente a que no cumple este rol de articulador de acuerdos, de gestación de estabilidad social y política para beneficio de las grandes mayorías ciudadanas.  La mala evaluación deriva de la percepción ciudadana de un Congreso que se comporta como espectador y no actor relevante en la definición de la cuestión pública, peor aún es evidente que muchos parlamentarios se dedican a apagar la hoguera con bencina. La soberanía del pueblo radica en el Congreso y es ese el espacio donde se deben construir los acuerdos que den estabilidad al espacio público, con democracia, desarrollo, estabilidad y equidad.

Como me lo han planteado tantas veces en países desarrollados que muestran altos indicadores de éxito: ¿Para qué sirven los políticos (de verdad) si no es para marcar lo que une al país y no lo que separa?  Es más, pienso que ese es el único sentido que justifica la burocracia parlamentaria.

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