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¿Tiene futuro la Nueva Mayoría?

Por Ignacio Waker, senador por la región de Valparaíso

28 de octubre de 2016

Imagen foto_00000019Como Nueva Mayoría y gobierno de la Nueva Mayoría hemos sufrido una contundente derrota político-electoral. Teníamos una ventaja de 41 alcaldes en relación al Chile Vamos (2012), y hoy tenemos una desventaja de cinco alcaldes. Teníamos una ventaja de 17 puntos porcentuales en votos de concejales, que se ha reducido a siete puntos. Las cosas por su nombre: hemos sido derrotados.

 

La desmesura refundacional del primer tiempo, con la aplanadora, la retroexcavadora y el infantilismo progresista; la improvisación y desrolijidad, que hemos denunciado tantas veces, hasta el punto de la majadería, y la mala gestión de las reformas explican la desaprobación del gobierno en las encuestas y la derrota electoral municipal.

 

A decir verdad, no fue un resultado inesperado.

 

Había demasiados signos de que las cosas no se estaban haciendo bien, por lo que mal se podían esperar buenos resultados.

 

La conclusión de lo anterior es una sola: la necesidad de una profunda rectificación y de un cambio de rumbo. En otras palabras, no podemos seguir haciendo, y ofreciendo al país, más de lo mismo.

 

Surge una gran interrogante en torno al futuro de la Nueva Mayoría, definida en su momento como ‘un acuerdo político y programático para apoyar al gobierno de la Presidenta Bachelet’.

 

Los resultados electorales municipales demuestran que no solo la ‘obra gruesa’ del gobierno ha terminado, sino el proyecto mismo de la Nueva Mayoría.

 

El PDC sufrió una baja electoral desde un 16,51% a un 11,85% en alcaldes, y de un 15,07% a un 12,77% en concejales. Digámoslo derechamente, también fue un mal resultado para la DC.

 

Tenemos que hacer una reflexión de fondo sobre las cosas que hemos estado haciendo mal, y las causas de esta declinación electoral, que habíamos detenido en 2012.

 

Estas elecciones se dan con el trasfondo de una profunda crisis de la política, entendida como una crisis de representación, de confianza y de credibilidad, y de un serio cuestionamiento de las instituciones, públicas y privadas.

 

Una de las formas de responder a esta crisis de la política es reafirmando nuestra propia identidad y la de los demás partidos.

 

Se trata de una identidad renovada, de entender y procurar representar el país que emerge, de hacerse cargo de las demandas, sueños y frustraciones de los ciudadanos en su vida cotidiana.

 

Para eso hay que contribuir a ampliar el centro político, sin complejos.

 

La gente tenía alternativas de derecha y de posiciones rupturistas, pero no dispuso de una alternativa que marcara con claridad una opción de centro.

 

Por su parte, la abstención está demostrando que hay un 66% de la ciudadanía que no se siente representada y es evidente que la Nueva Mayoría no ha recogido ni interpretado a ese mundo, que es la mayoría de los chilenos. Tampoco desde la Democracia Cristiana hemos sabido hacerlo.

 

Hay que decirlo con toda claridad: la Nueva Mayoría no alcanza a tener la coherencia que tuvo la Concertación como para proyectarse a un nuevo gobierno.

 

Transformar un acuerdo programático en una coalición política que trascienda a un determinado gobierno, en una perspectiva de mediano plazo, requiere de una coherencia de la que el actual conglomerado carece.

 

Hay muchas cosas que resolver hacia adelante, entre otras, si tiene sentido hacer una primaria presidencial de la Nueva Mayoría, o al menos preguntarse por la participación de la DC en esa primaria. Tal vez haya que transformar la primera vuelta en una verdadera primaria.

 

Es un punto que hay que resolver en los próximos meses.

 

Tenemos una ventaja: el fin del sistema electoral binominal transformaría las elecciones parlamentarias en un gran ejercicio electoral, de cara a la ciudadanía, basado en la representación proporcional. Primero contamos los votos y después formamos gobierno.

 

Nada nos impide ir en más de una lista en el espacio político de la centroizquierda. Si la DC quiere escapar de cualquier remedo de ‘vagón de cola’ o ‘arroz graneado’, tiene que pararse sobre sus propios pies, marcando una identidad sin complejos, ni derechistas ni izquierdistas, actuando de acuerdo a lo que somos, y no a lo que no somos.

 

Se trata de ejercer un liderazgo especialmente sobre el mundo de los sectores medios, los independientes y el voto de centro, los cuales están huérfanos de representación política.

 

Ese mundo nos reprocha habernos movido demasiado hacia la izquierda, con una Nueva Mayoría que, efectivamente, marcó un giro a la izquierda.

 

Tenemos que saber recorrer un largo camino que nos permita, desde nuestra propia identidad renovada, forjar un proyecto de futuro.

 

Las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2017 deben ser vistas como un peldaño en esa trayectoria, en una perspectiva más amplia, de mediano y largo plazo.

 

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