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  Una persona de diálogo

  Por Guido Girardi, Presidente del Senado

27 de octubre de 2011

Ha sido una semana agitada para este Presidente del Senado. Tras mi negativa a recurrir a la fuerza pública -a las fuerzas especiales de Carabineros, una policía militarizada con un poderoso arsenal disuasivo y represor, que incluye bombas lacrimógenas, bastones de madera, carros lanzaagua- para desalojar la sede del Senado en Santiago, tomada por un grupo de manifestantes, se desató una discusión a ratos totalmente destemplada.

 

Recibí críticas de otros senadores, de partidos de la derecha, de comentaristas de televisión (que no se preocuparon de ofrecerme la posibilidad de replicar ese mismo día, como hubiera sido justo), de dirigentes políticos de la Concertación que enviaron cartas a El Mercurio, de columnistas de ese mismo medio, en fin: un amplio panorama de críticas que parecían más bien un linchamiento colectivo, con peticiones de renuncia, airados anuncios de censura y descalificaciones al bulto.

 

Pero también tuve apoyos, de sectores de la Concertación, de otros colegas del Senado; y sobre todo entre la gente, en las redes sociales, en los chilenos sin ánimo de figuración alguna. Gente que entiende que la majestad de las instituciones no reside en el edificio físico, en los muros de adobe y vigas de madera del edificio, sino en el espíritu republicano que las anima.

 

Una policía militarizada, entrenada para reprimir, hará lo que está en su naturaleza. ¿Qué podía ensuciar más la tradición republicana, un diálogo con quienes habían irrumpido en el Senado o la apelación a la fuerza? Yo no tengo dudas y por eso hice lo que hice.

 

Desde luego, no estuve de acuerdo con la toma. Creo, junto con muchos de los que rasgan vestiduras contra mí, que fue un acto violento, injustificado y que también daña nuestra democracia al impedir que funcione su institución más genuinamente representativa. Pero no creo, como ellos, que restaurar la imagen de la institución pueda lograrse a través de la violencia.

 

Siempre he sido una persona de diálogo. Como médico, estoy habituado a escuchar no sólo las palabras de los otros, sino también sus gestos y sus expresiones, a veces más reveladoras todavía. Sin escuchar es imposible conversar. Sin saber qué le pasa al otro, ¿cómo vamos a dialogar? A veces esa voz es destemplada, es a gritos, está totalmente fuera de tono; de acuerdo, no está bien, no se puede permitir, pero no se puede tampoco responder con más violencia. Ahí hay un frágil equilibrio.

 

Yo respondí de manera democrática y con todo el respeto que quienes se tomaron el Senado no tuvieron, porque también merecen respeto. Y salieron en paz y en calma. Ojalá todo diálogo que empieza mal, con gritos y en el lugar inapropiado, terminara igual, en paz y en calma, con las cosas claras para todos.

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